6.12.12

Es bueno reírse de uno mismo. Vida opositora

Literalmente, estar estudiando oposiciones, te deja sin palabras. Sin palabras normales claro. Entras en un estado estacionario donde sólo puedes pensar en oposiciones, oposiciones, oposiciones, y todo lo demás no importa. "El mundo se derrumba y nosotros...¡¡a nosotros nos importa un pito todo!!". Ya puede estar a punto de estallar una tercera guerra mundial, que no habrá nadie que nos saque de nuestra cueva. Y digo cueva porque nuestra habitación sufre una transformación. La mesa es todo un caos. Apuntes en el centro, en la esquina de la izquierda los test, luego el flexo, atraviesas la zona de tazas vacías y picoteo varios hasta llegar a la esquina derecha donde están los esquemas y resúmenes. Mas o menos se distribuye así, sólo que a veces las fronteras son algo difusas o intercaladas.
Mesa de un opositor al que se le fue de las manos
(via Google)

Nuestro uniforme oficial es el Pijama. Es ese que tiene por lo menos más de diez años, que nos queda más bien pequeño y que por eso nos tenemos que subir los calcetines por encima del pantalón. Así queda herméticamente cerrado y la perdida de calor es mínima. A todo esto se suman las capas de la bata y la manta o batamanta si eres ya un experto. 
También ocurren cosas como que el pensamiento y lenguaje más sencillo y cotidiano se atrofian. Se olvidan palabras como cuchillo, cuchara o saltamontes. Y te encuentras explicándole a tu madre que te pase "ese instrumento alargado, de metal con puño de cubierta de polietileno, con filo aserrado u afilado cuya función es separar sendos trozos de carne". Que no te acordarás del nombre del cuchillo, pero al menos, la Galénica te ha dado un bagaje para poder describir cualquier utensilio o procedimiento y de paso quedar divinamente. Aunque tu madre te mirará con mala cara, te dirá que cada día estás más pálida y que eres muy rara. 
Mi abuelo cuando le dije que
hacía tantas horas en mi habitación.
(via Google)

Un día te levantas con expectativas y dices: ¡¡Hoy voy a salir a comprar el pan!! Así me da el aire. Y una vez te cambias, te duchas y vuelves a ser persona, sales a la calle y una poderosa luz incide tus pupilas empujándote de nuevo a la miserable oscuridad del portal. Ese es otro efecto secundario, intolerancia a los rayos del sol. Básicamente te conviertes en un vampiro de los libros que vive una habitación-cueva.

Esto es sólo una muestra de las costumbres "raras" que se crean en estas situaciones, seguro que hay muchísimas más así que espero que las compartas en los comentarios.


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