Corrió detrás de su amigo para alcanzarle. No sabía donde se
dirigía, bueno sí, pero no conocía el camino, después de todo se encontraba en pleno
corazón de la selva. Aún sonreía al pensar en como había acabado allí. Quién se
lo iba a decir, dos meses atrás, cuando se encontraba en otro tipo selva, la de
asfalto, que acabaría en la verdadera. Fue una decisión arriesgada pero ahora
sabía con absoluta certeza que no se había equivocado. Su vida en la ciudad no
era nada comparado con la vida que había descubierto en el poblado.
Una voz le sacó de sus pensamientos. – ¡Por aquí, ya queda
poco!. Le dijo su amigo. Y es que en cuanto le dijo que le mostrara su lugar
preferido no lo dudó ni un segundo, echó a correr con la alegría de un niño al
que le piden que enseñe su escondite.
De pronto lo vio parado mirando al horizonte. – Aquí
es.
Lo que tenía ante sus ojos le hizo contener la respiración.
Nunca pensó que podría existir nada igual. No era una catarata simple, sino una
sucesión de ellas formando cuidadosamente una circunferencia de dimensiones descomunales.
Era un trabajo que la naturaleza había dedicado millones de años para
realizarlo. Y sin duda alguna era magnífico.
El agua caía formando una cortina hasta llegar un remanso
donde perdía toda su fuerza para seguir su camino varios cientos metros
adelante hacia otra caída natural que formaría otra circunferencia concéntrica.
Ésta era mucho menor pero igual de impresionante o más ya que el agua se perdía
a través de esa gruta en las profundidades de la tierra.
- ¿Hacia donde va el agua?
- Hacia el subsuelo, para renacer más tarde a varios
kilómetros de aquí.
Bajaron al extenso remanso que contenía a las aguas por una escalera rudimentaria que había hecho su amigo. Prácticamente estaban colgando de la pared a 80 metros del suelo, casi a la misma altura del laboratorio de la quinceava planta donde trabajaba.
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